Comida
Servicio
Ambiente

Después de incontables recomendaciones y promesas a mí mismo de visitarlo cada vez que le pasaba por un lado, por fin tuve la oportunidad de conocer este restaurante. Debo admitir que la ubicación es un atractivo irresistible; asoma su entrada repentinamente, flanqueada por un muro de piedra, en una vía poco transitada para ir a El Hatillo. Denota tranquilidad, con un rico clima de montaña. Al llegar da la sensación de que uno viajó por varias horas para escapar de la ciudad y por fin llegó a un apacible refugio. El valet parking aparece rápidamente, como para quitar ese peso de encima al viajero. Al entrar la atención es cordial, experimentada y rápida. A primera vista la decoración de madera aporta a la sensación que se quiere dar, aunque hay un segundo ambiente al mejor estilo piano-bar "citadino" de los ochenta, rodeado de espejos. En fin, está todo lo que uno espera y un poco más. Solo faltaba que la comida me deslumbrara para que este parador de montaña se convirtiera en un favorito. Pero no fue así. La cocina no aporta más de lo que ofrecería un restaurante de menús ejecutivos del centro. Cocina sencilla, sin ánimos de destacar en ningún sentido, ni calidad de ingredientes ni en técnica. Cumple con lo mínimo según lo ofrece en el menú. Si lo evaluamos dentro de la categoría de restaurantes de carnes, queda por atrás de muchos en la ciudad. En fin, muchos van por la vista (se ve parte de La Boyera, nada espectacular), que en realidad nunca divisará desde ninguna mesa del restaurant; otros por el clima de montaña, que sentirá dependiendo de la hora, y la tranquilidad, que quizá sea la razón por la que vaya nuevamente algún día, pero seguramente no será por la comida.

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  • Lomito al oporto
  • lomito Belle Vue
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