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Visitar el restaurant Aurelia resulta una experiencia realmente agridulce. En principio, hay que sortear una cuesta en hollo de la puerta con más huecos que el que tenía Cheo García (el excantante de la Billos). Después de eso, lindbert se queda chiquito de lo perdido que está uno para conseguir la dirección. Al llegar al sitio nos recibe un mesonero que en vez de hablar ladra. La comida llega a tiempo y es realmente buena. Al salir nos topamos con una cajera nazi y en estado. Nos hablaron de que había moscas, pero lo que hay que estar es moscas es con el precio del vino de la sangría. Lo recomendamos

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