Una insignia de la Macarena, es pequeño ambientado en una taberna parisina de los años 20 y un bistró de Nueva York, luz tenue e íntimo. El servicio es atento y amable, sin embargo, hay quienes no lo son tanto. Hay una infinidad de opciones para entradas y compartir, favoritos: las brusquetas, pulpos baby en salsa barbecue, carpaccio de res, escargots en reducción de mantequilla y vino blanco. Platos principales, ternera pizzaiola y pepper steak en mostaza dijon, en este último no acertaron con el término de cocción. Hay una carta pequeña pero justa de vinos y el personal asesora bien. Totalmente recomendado, aunque si de probar se trata es mejor llevar un extra de dinero.