Había estado en ocasiones anteriores hace varios años en este restaurante pero en esta ocasión nos sentamos en la parte de atrás, que es muy agradable y luminoso, rodeado de vegetación. Al llegar nos tenían la mesa reservada en el salón principal, pero pedimos que nos cambiaran para atrás porque tenía mejor luz. Empezamos con unos chicharrones de puerco, que trajeron en una orden generosa para tres, con pedazos de limón, que estaban delicioso y en su punto. Mis compañeros de almuerzo no tomaron bebidas alcohólicas, pero yo pedí una botellita de cava. Dos de nosotros pedimos los langostinos, yo con mantequilla y mi compañero al ajillo. Eran gigantes, hechos a la perfección y con abundante arroz blanco y güandú. La otra comensal pidió un mero con una salsa de mariscos que le gustó mucho. Vale la pena mencionar que los langostinos no estaban en la carta sino que eran especiales. De postre, pedimos un Chocolate Ganache Cake, que compartimos los tres. Los meseros son muy amables y la decoración, ecléctica y diferente, crea un ambiente diferente. Es una casa que está escondida, literalmente, en el barrio de San Francisco. Muy recomendable